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Es posible lograr un ahorro energético de hasta un 60% gracias a la rehabilitación del hogar con eHome-Spain.
El próximo mes de junio se cumplen tres años desde la llegada del certificado de eficiencia energética para los
edificios. Este documento, obligatorio para las nuevas construcciones y para vender y alquilar
viviendas, cataloga los inmuebles en función de la energía
consumida —y de las correspondientes emisiones— y les asigna una letra que
refleja su eficiencia: “A” es la mejor calificación y “G” la peor.
Pese a que el aniversario se acerque, España sigue suspendiendo la asignatura:
más del 80% de los inmuebles existentes se mantienen entre las letras “E” y
“G”, según los últimos datos del Ministerio de Industria. Y, lo que es peor,
solo unas 3.000 fincas han pasado el examen con la nota más alta.
No es poca cosa, considerando que el parque residencial es responsable
del 17% del consumo final de energía, de acuerdo con el Instituto para la
Diversificación y el Ahorro Energético (IDAE).
Jordi Bolea, gerente de la Fundación La Casa que Ahorra,
explica que estas calificaciones tan bajas se deben a que se edificó sin
preocuparse por la eficiencia
energética durante mucho tiempo. “Antes no
se pensaba ni en ahorrar, ni en contaminar menos”, apunta. En la segunda mitad
de los 2000, cuando los legisladores tuvieron que abrir los ojos y poner
el problema encima de la mesa, el daño estaba hecho: la casi totalidad del
parque de viviendas ya había sido construido.
Pero no está todo perdido: aprovechar una reforma para aumentar la
eficiencia o realizar mejoras puntuales pueden suponer un salto de calidad,
tanto para el bolsillo como para nuestro estilo de vida. “Aunque no parezca, la vivienda es un elemento muy sofisticado y
nadie nos explica cómo utilizarlo”, sentencia Pablo Segovia, quien garantiza que se
puede alcanzar un ahorro energético superior al 60% tras la rehabilitación y en función de
las características de la casa. Pero, ¿por dónde se empieza?
Las viviendas se parecen más a un coladero que a una fortaleza. Las ventanas pueden causar la pérdida de hasta un 30% de la energía del hogar; por los muros se llega a escapar un 25% y por el suelo un 2%, según un análisis de la empresa Danosa, especialista en soluciones integrales para la construcción sostenible. Un piso de 90 metros cuadrados con calificación energética “G” gasta al año 1.296 euros, cinco veces más que un hogar con las mismas características y letra “B”, de acuerdo con Certicalia, comparador onlinede precios de certificación energética.
Un piso con calificación energética “G” gasta cinco veces más que
un hogar con letra “B”
Ventanas. Esta es la
actuación más sencilla y eficaz, al ser rápida y tener resultados
inmediatos. Pablo Segovia recomienda instalar, como mínimo, un doble vidrio
que tenga rotura de puente térmico, y privilegiar siempre las ventanas
batientes a las correderas. Como material, lo mejor sería PVC, y en cuanto a
cristales los bajo emisivos (BE), que evitan que se pierda el calor de la
vivienda pero permiten a la vez la entrada de la luz. Tampoco hay
que olvidarse de aislar la caja de las persianas. Con Nuestro sistema constructivo de paneles compoplak, esto queda totalmente solucionado y sin puentes termicos.
Paredes. Existen diferentes técnicas para proceder, que dependen del tipo de vivienda y de sus características de construcción. Una opción —válida si la obra la lleva a cabo la comunidad de vecinos o tenemos una casa unifamiliar— es aprovechar la renovación de la fachada para aislarla, preferiblemente por su cara exterior, mediante un panelado de panel compoplak ventilado o si es obra nueva, un panel de 100mm.
Si ninguna de las dos opciones anteriores es viable, existe la
posibilidad de colocar un sistema de trasdosado, es decir abrigar las paredes
interiores con material aislante. “El coste suele oscilar entre
los 80 y 130 euros por metro cuadrado, pero depende mucho del
número de ventanas y puertas que tenga la vivienda; La gran pega de este
sistema es que se pierde espacio ÚTIL en la vivienda, ya que el aislamiento puede
llegar a ocupar entre 6/8 centímetros.
Techos y suelos. Estos dos
elementos pueden suponer un problema si el piso está ubicado en las
extremidades de la finca o si trata de una vivienda unifamiliar. Para los
techos existe la posibilidad de aislar la cámara de aire o colocar un falso
techo con aislante térmico por encima. En cuanto a los suelos hay que tener
cuidado: el aislamiento conlleva la pérdida de unos centímetros, lo que podría obligarnos a cortar el fondo de las puertas para
equilibrar el desnivel. En el caso de un ático de 90 metros,
ejemplifica Hernández, aislar tanto las paredes como el techo tendría un
coste total aproximado de 6.000 euros.
Humedades y tuberías. Las humedades son un problema habitual que afecta a la climatización. “Para
prevenirlas debe instalarse el correcto aislamiento e impermeabilizar las
cubiertas”, mantienen en Habitissimo, portal que pone en contacto clientes con expertos en
el sector de obras, reformas y servicios para el
hogar. Explican que impermeabilizar una terraza de nueve metros
cuadrados rondaría los 1.000 euros. Además, para que no se derroche energía por
el camino, el IDAE aconseja instalar material aislante térmico en las tuberías
de agua caliente o fría para evitar pérdidas de calor y posibles condensaciones
en las conducciones.
Aire
acondicionado, caldera y radiadores. En este caso no se
trata de verdaderas reformas, pero estos aparatos tienen un peso específico
importante en el gasto energético. La calefacción es lo que más consume y el
aire acondicionado es unos de los vampiros eléctricos más temibles durante los
meses de verano. El primer consejo es fijarse en la etiqueta energética y
escoger aparatos eficientes. Pablo Segovia aclara que el precio de una caldera de
condensación está entre los 1.500 y los 2.000 euros. “Además, es recomendable hacerse con un buen termostato,
que vale entre 100 y 200 euros. Con estas mejoras se logra ahorrar un 15%
en la factura”, asegura.
“Lo primero que hay que hacer para mejorar la eficiencia energética de la vivienda es una auditoria de nuestros usos y costumbres”, sentencia Jordi Bolea, gerente de la Fundación La Casa que Ahorra. “Solo con un cambio de hábitos se puede llegar a reducir el uso de energía en un 20% o 30%”, asegura.
Alberto Murcia, vicepresidente de AEGI, recuerda que, para no derrochar energía solo son necesarios unos pequeños gestos. Por ejemplo, mantener la temperatura adecuada —que en invierno no tiene que superar los 21 grados y en verano los 25—, aprovechar la luz natural, no abrir el horno mientras está funcionando, regular el caudal de agua, asegurar el mantenimiento de los equipos y evitar que se queden en stand-by o apostar por dispositivos eficientes.
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